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Esculturas

Los muros de la iglesia parroquial de Santa María Magdalena custodian un valioso conjunto de esculturas que constituyen un inapreciable tesoro de arte y espiritualidad, pues a través de tales imágenes sagradas, esculpidas en madera policromada entre los siglos XVI y XX, entre el Renacimiento y el Neobarroco, están representadas algunas de las más queridas devociones de esta feligresía. Un lugar de honor debe ocuparlo, sin lugar a dudas, la efigie de Nuestra Señora del Amparo, obra cimera del escultor de origen flamenco Roque de Balduque, quien la talló hacia 1555, dotándola de un empaque señorial y ternura maternal, condensados en su emblema del corazón alado que le sirve de argénteo cetro.

Singulares valores plásticos encierra también la Virgen de las Fiebres, atribuida con fundamento al escultor salmantino Juan Bautista Vázquez “el Viejo” hacia 1565, siendo una de las más destacadas Madonnas renacentistas sevillanas. Discípulo del anterior fue el abulense Jerónimo Hernández, que aquí nos legó dos piezas manieristas de sobresaliente calidad, como el Niño Jesús, fechable hacia 1580, y el Resucitado, contratado en 1582, pertenecientes a la antigua cofradía del Dulce Nombre de Jesús, fusionada con la penitencial de la Quinta Angustia. También procedía de Castilla el imaginero Gaspar del Águila, autor en 1587 del Nazareno de las Fatigas, que abraza y carga sobre su hombro izquierdo una preciada cruz de carey y plata. A este elenco deben unirse tres Crucificados del siglo XVI: el de Confalón, relacionado con el escultor francés Nicolás de León, y fechable hacia 1536; el del Perdón, de mediados de aquella centuria, y el de los Pobres, ya del último tercio del Quinientos.

La imponente figura del San Pablo que ahora campea en el segundo cuerpo del retablo mayor posee unos altos quilates artísticos, adentrándose su ejecución en los años iniciales del Seiscientos. El elegante clasicismo espiritualizado del que hizo gala Juan Martínez Montañés se pone de manifiesto en el grupo escultórico de San José con el Niño Jesús de la mano, que puede datarse en torno a la segunda o tercera década del siglo XVII. En 1619 está fechado el relieve de la Asunción que fue tallado por el cordobés Juan de Mesa, uno de los más cualificados representantes del naturalismo escultórico, como también lo fue el jiennense Francisco de Ocampo, autor en 1611-1612 del impresionante Crucificado del Calvario, que procesiona cada Madrugada del Viernes Santo. En la estela mesina se encuentra la Santa Rita de Casia, cuya imagen de candelero procede del extinguido convento del Pópulo. La escultura de San Antonio de Padua puede fecharse en el segundo cuarto del siglo XVII, permaneciendo en el anonimato.

El pleno barroco que caracterizó la producción escultórica de Pedro Roldán, durante la segunda mitad del siglo XVII, se manifiesta en un amplio catálogo de obras, verdaderamente singulares por su significación artística, que comenzaría con la venerada efigie de Nuestra Señora de la Antigua y Siete Dolores, y continuaría con el misterio procesional del Descendimiento de Nuestro Señor Jesucristo –a excepción de su Dolorosa titular, imagen contemporánea de Vicente Rodríguez-Caso–, los arcángeles San Miguel y San Gabriel de la Hermandad del Rosario –que lucen en el retablo de la capilla sacramental–, las tallas de la Virgen con el Niño y Santo Domingo de Guzmán del coro bajo, así como las pechinas de la cúpula y el conjunto de los Evangelistas y Padres de la Iglesia Latina que campean en lo alto de los muros laterales del presbiterio y brazos del crucero. Notable interés revisten también la Inmaculada mexicana del manifestador del retablo mayor –donada en 1669 a la Hermandad Sacramental por el capitán Miguel Beltrán de Benavides–, las esculturas de Santa Mónica y Santa Rosa de Lima, y el grupo de Santa Ana maestra con San Joaquín, que comparten esta misma filiación barroca, propia de las décadas finales de la centuria seiscentista.

Ya en el siglo XVIII, ha de consignarse la ejecución de la titular de la parroquia, Santa María Magdalena, por parte del escultor Felipe Malo de Molina en 1707. A Benito de Hita y Castillo se atribuye con sólidos argumentos estilísticos la realización, a mediados del Setecientos, de la monumental Inmaculada que preside la hornacina principal del altar neoclásico de la capilla sacramental. En 1787, el formidable barrista Cristóbal Ramos modeló la hermosa Virgen del Rosario que recibe culto a los pies de la nave del Evangelio.

Al más relevante de los escultores que trabajaron en Sevilla durante la primera mitad del siglo XIX, Juan de Astorga, se deben las imágenes de la delicada Virgen de la Presentación y del San Juan Evangelista de la Hermandad del Calvario. Como coda final de este nutrido repertorio escultórico que puede admirarse en el interior del templo parroquial de Santa María Magdalena, anotamos el relieve de la Virgen del Buen Consejo que tallara el imaginero neobarroco Sebastián Santos Rojas en 1950.