Natividad de Ntro. Señor Jesucristo Ciclo A:“LA PALABRA SE HIZO CARNE Y ACAMPO ENTRE NOSOTROS”
(Jn 1,1-18)
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La fe de los cristianos celebra el misterio de la Palabra hecha carne. La Navidad especialmente es palabra, revelación y manifestación, porque palabra significa revelación personal, apertura de lo más personal de Dios: su amor, su misericordia, su paternidad, su entrañable ternura. Gracias a la Palabra hecha carne sabemos que el Dios verdadero no es el “Dios de los filósofos”, sino el que comparte nuestro destino en todo, el que entra en el riesgo de la historia. Dios echa sobre sus espaldas todo el rebajamiento y humildad de los pobres, los oprimidos, los olvidados. Y así nos descubre un rostro de Dios que nosotros no nos hubiéramos atrevido a imaginar.
El evangelio de hoy es el prólogo de Juan, un himno solemne al Logos (Palabra), al Verbo, revelación del Padre en Cristo. En este prólogo están ya presentes los grandes temas del evangelio: el Verbo, la vida, la luz, la gloria, la verdad. Y las fuertes contraposiciones: Luz-tinieblas; Dios-mundo; fe-incredulidad. Dos veces resuena la voz del testigo: Juan Bautista. Las tesis que presenta son las mismas que las del evangelio. La idea de fondo es la plenitud de la revelación que nos ha traído el Verbo. Ha salido del Padre y se ha hecho hombre. También de la Sabiduría se dice que estaba en Dios (Pr 8. 30), pero la sabiduría era una personificación literaria. La Palabra en cambio, es una persona, es Dios, es la última palabra que Dios ha pronunciado (Hb 1. 3). En la Palabra hay vida y la vida era luz. Luz que brilla en las tinieblas. La llegada de Jesús divide la historia en dos partes. Tinieblas antes de Jesús, luz después de él y nos coloca en una alternativa: ser hijos de la luz o hijos de las tinieblas.
Jesús es la luz verdadera no tanto en contraste con Juan sino con el A.T. Es la luz verdadera porque en él se cumplen las promesas. La Palabra se hizo carne. Así clarifica que la revelación definitiva de Dios no es una sombra, un sueño, una ilusión sino una realidad tangible. Juan lo reafirma en el prólogo de su primera carta. Ha venido para acampar entre nosotros. Este ha sido siempre el modo de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Desde la revelación en el Sinaí, Dios ha estado en medio de su pueblo. La tienda primero, el templo después, fueron los modos de presencia. Ahora esta presencia se ha hecho real y viva con la vida del hombre. La encarnación es el primer momento de esta morada de Dios entre los hombres y tendrá su realización plena en la resurrección.
Dios no es un ser lejano. Es un Dios que habla, y su Palabra es entrañablemente cercana. Se ha hecho un niño y ha nacido en Belén. Antes, durante siglos, había hablado por medio de profetas y había enviado Ángeles como mensajeros. Pero ahora nos ha hablado de otra manera: nos ha enviado a su Hijo. Y el Hijo es superior a todos los profetas y a los Ángeles. (Es lo que nos dice el autor de la carta a los Hebreos). Y es también lo que llena de entusiasmo a S. Juan, en el prólogo de su evangelio, la solemne página que acabamos de escuchar: la Palabra estaba junto a Dios -la palabra era Dios, y la Palabra se hizo hombre y acampó entre nosotros.
La Palabra, ya lo sabemos, se llama Cristo Jesús, el hijo de Dios, que desde la primera Navidad es también hijo de los hombres. Dios nos ha dirigido su Palabra. Si entre nosotros puede tener tanta transcendencia el dirigirnos o no la palabra unos a otros, si nuestra palabra de amistad, de interés o de amor, puede significar tanto ¿qué sería esa Palabra de Dios, su propio Hijo que ha querido hacerse uno de nuestra raza y está para siempre entre nosotros? No, no es el nuestro un Dios mudo y lejano, es un Dios cercano y que nos habla y su Palabra se llama de una vez por todas Jesús. Y desde entonces siempre es Navidad porque siempre está esa Palabra de Dios dirigida vitalmente a nosotros, en señal de amistad y de alianza.
Este es el misterio de la Navidad que hoy nos recuerda la liturgia y vuelve a llenarnos de alegría. Una palabra hecha persona, que es el Hijo mismo de Dios y por el cual Dios nos acepta también a nosotros como hijos. Acojamos a Cristo, el Hijo de Dios y Hermano nuestro; que no se pueda decir de nosotros lo que Juan ha dicho de los judíos: "al mudo vino y el mudo no le conoció; vino a su casa y los suyos no le recibieron". Por este Jesús, el Salvador, el mundo tiene esperanza. El futuro es siempre más prometedor que el presente. Porque él es para siempre, y sin retractación posible…. Dios con nosotros.
PARA LA REFLEXIÓN Y EL DIÁLOGO
- ¿Cómo comprendo que la Palabra se hizo carne?
- ¿Qué hago yo para que esa Palabra acampe entre nosotros?
- ¿Dónde descubro hoy signos de la encarnación de Dios?
REAL PARROQUIA SANTA MARÍA MAGDALENA -SEVILLA-