Domingo XXV del Tiempo Ordinario ciclo B: "El primero sea el servidor de todos " (Mc 9,30-37)
| |
La Palabra de Dios de hoy nos desvela que sólo desde la humildad y servicio, desde la pequeñez de un niño, se puede acceder al conocimiento de Jesús. La humanidad, y nuestra sociedad, están inmersas en una espiral de lucha, de ambición, de deseos de poder y reconocimiento generando luchas y conflictos. El justo, el inocente, es condenado a muerte ignominiosa (1ª lectura, del libro de la Sabiduría); nuestras luchas internas por el poder, nos apartan de la faceta genuina de la vocación cristiana, la de ser sembradores de paz que sea capaz de dar frutos de justicia (2ª lectura, de la Carta de Santiago); y todo ello desde la figura de un niño, que no es símbolo de ternura e inocencia, sino de marginación e indefensión, pues eran entonces pequeños esclavos de los adultos, sobre todo entre las clases populares(evangelio). Por tanto, acoger a un niño es acoger al mismo Cristo.
En el evangelio de hoy, encuadrado dentro de llamada “sección del camino”, se da el segundo anuncio de la pasión, al que sigue una enseñanza particular. El texto tiene dos escenas: una desarrollada mientras Jesús va caminando con sus discípulos (vv. 30-32), y la otra en una casa en Cafarnaún (vv. 33-37).
En la primera de ellas, Jesús y los discípulos atraviesan Galilea y el Maestro los va instruyendo en forma privada, “no quería que nadie lo supiera” (v. 30). El objetivo de este “silencio”, nada tiene que ver con el silencio mesiánico de Marcos (evitar el triunfalismo o una visión tergiversada del Mesías), sino que se trata de quiere remarcar que la enseñanza de Jesús está destinada exclusivamente a aquellos que se han decidido a seguirle. Sencillamente les revela el secreto de la grandeza del Hijo del hombre que reside precisamente en entregarse en manos “de los hombres” (poder político y militar del imperio romano) los cuales, a través de una acusación injusta lo matarán de manera infame (algo anunciado en la 1ª lectura). Es decir, la primera enseñanza dada por Jesús consiste en afirmar que la gloria del Mesías está en entregarse, en no aferrarse a la propia vida sino en darla en favor de los demás, y todo porque se ha abandonado en las manos de Dios. No se trata de la crueldad del destino, sino de la transformación con la fuerza del amor, de un camino de fracaso y de humillación en principio de vida, de comunión y de gloria para todos: la resurrección.
Esto no lo comprenden los discípulos: “no entendían lo que quería decir, pero les daba miedo preguntarle” (v. 32). Tal vez no quieran comprender la posibilidad de transformar el fracaso en vida, la humillación y el dolor en presencia vivificante de Dios. Temen preguntar, pues ello implicaría comprometerse, conocer más y mejor el misterio y es mejor no correr el riesgo. También a nosotros nos ocurre algo parecido, pues no queremos perder, nos negamos a ser humillados o rechazados, y tenemos miedo, al sufrimiento y a la muerte.
En la segunda escena (vv 33-37), en la casa, les pregunta acerca de lo que venían discutiendo por el camino (“quiñen era el más importante”, en el v.34). También callan, pero esta vez por vergüenza, pues admitir que el tema de conversación era el opuesto a la enseñanza, era indigno de un discípulo. No sólo era una contradicción el discutir por la primacía de cada uno, cuestión contraria al mensaje, sino que era un auténtico atentado contra la comunidad, contra la cohesión del propio grupo, al que Jesús había elegido como principio o germen del reino mesiánico.
De nuevo se da una enseñanza, esta vez en tono solemne, como si de una cátedra universitaria se tratase. Se sienta y en pocas palabras les resume el significado genuino y auténtica grandeza del discípulo cristiano: “El que quiera ser el primero, que sea el último de todos” (v. 35). Esta enseñanza va avalada por un gesto, así como por un ejemplo, insuperables: toma a un niño, lo abraza y lo pone en medio del grupo (v.36). Con ello les enseña que lo importante y decisivo no es saber quién es el más grande, sino poner en el centro del interés y del compromiso de la comunidad a quien es más pequeño, y se encuentra en una situación de necesidad. Acoger a los débiles y servir a los más pequeños es, en efecto, como acoger a Cristo y a Dios: “El que recibe a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, no es a mí a quien recibe, sino al que me ha enviado” (v. 37).
De todo ello hay una conclusión, sacada de la enseñanza dada por el camino, como del gesto simbólico del niño: la grandeza en el Reino, no viene por la fuerza de las armas, del prestigio o de los privilegios, y no son grandes los que mandan y se hacen servir de los otros, sino que nos viene por Jesús, que sabe perder y morir por amor. Es decir, la del niño indefenso, abandonado, pero sin orgullo.
PARA LA REFLEXIÓN Y EL DIÁLOGO
- ¿Reconozco en este pasaje, es decir, en el anuncio de la pasión, el verdadero rostro de Jesús? ¿Por qué caminos lo busco en mi vida, por el del poder, o el del saber, el del privilegio, etc…?
- ¿A qué me comprometen las palabras de Jesús “Que sea el último de todos y el servidor?
- ¿Soy reflejo de la imagen del niño al que Jesús pone en el centro del grupo, es decir, pequeño, indefenso y dependiendo sólo de Dios? Cuando veo a uno de estos (pequeños, irrelevantes e insignificantes) ¿veo en él a Jesús y lo pongo en el centro de mi interés y mi compromiso?
REAL PARROQUIA SANTA MARÍA MAGDALENA -SEVILLA-